“Maestro, a esta mujer se le ha sorprendido en el acto mismo de adulterio. En la ley Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Tú qué dices?-
Jesús inclinado hacia el suelo,
escribía en tierra con el dedo, pero fue presionado para que respondiera.
Lo tentaban para poder acusarlo; porque al
decir que sí iría en contra de su mensaje de misericordia y bondad, también
contra la Ley romana que no le permitía a su pueblo ejecutar pena de muerte.
Por otra parte, si se negaba sería acusado de
oponerse a la Ley que él mismo debía cumplir como judío.
Ante la insistencia les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.
Los
acusadores quedaron totalmente desarmados en su conciencia, y uno a uno se fue
hasta dejar a la mujer sola con Jesús.
Entonces, ayudándola a incorporarse, él le dice:
Mujer, ¿dónde están los que te condenaban? ¿Ya nadie te condena?
Nadie, Señor.-pregunta ella-
“Tampoco yo te condeno. Ahora
vete, y no vuelvas a pecar”.
En este relato el Maestro apeló a
la autorreflexión, a la conciencia de los acosadores y de la misma mujer
pecadora, a quién invitó a no caer de nuevo en el pecado.
Él no perdona el mal, sino al individuo,
enseña a distinguir al acto malvado y ofrece la posibilidad de cambiar.
Esta dama no excusó su pecado.
Ella no profesó ser inocente. Y Jesús implica que ella es culpable. Pero lo
hizo sin añadir más dolor a su vergüenza.
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